Tejida Invernal

  No sé cómo exactamente se me metió en la cabeza la idea de tejer. Supongo era la progresión natural de las famosas pulseritas de nuditos que hacía en la Uni. Después, gracias a mi hermana que llevó a casa un artefacto singular, pasamos a hacer  bufandas con una tabla con clavos. Me funcionaba como […]

 

No sé cómo exactamente se me metió en la cabeza la idea de tejer. Supongo era la progresión natural de las famosas pulseritas de nuditos que hacía en la Uni. Después, gracias a mi hermana que llevó a casa un artefacto singular, pasamos a hacer  bufandas con una tabla con clavos. Me funcionaba como terapia de ansiedad. Me obsesionaba y hasta no terminarlas, tan largas como para jalar caballos (me chocan las bufandas cortitas, ¿una sola vuelta al cuello? Hell no!).

El año pasado le hice a mi amiga una de Dr. Who, la icónica del cuarto doctor, la más larga de todas. Sin embargo no podía llenar al mundo de puras bufandas. Tenía que aprender a hacer algo más, porque la tablita ya estaba perdiendo su encanto… Y se me metió en la cabeza que quería hacerme unos warmers.

Años atrás en el Mermaids Market, en una ocasión, le había pedido unos  a una señora que tejía, sin embargo, a la siguiente vez que la vi,  me entregó unas calcetas delgaditas que parecían medias de compresión (me confesó que no sabía que era eso de los warmers o calentadores,  pero que ella hacía de esos y que servían muy bien), y que, por supuesto, no me entraban en mi chamorro generoso. Mejor los regalé.

Tengo una lesión en la pierna derecha que cuando se enfría, ¡Fuf! Se me congela desde los dedos del pie, hasta la pompa; y la solución es dramáticamente sencilla: mantener calientito el tobillo;un poco más arriba, un leve más abajo,  y ¡listo! Entonces la transición parecía ser la correcta: antes cuello (las bufandas), y ahora piernas. Quien sabe, igual y después siga un cinturón.

El único inconveniente era que, para eso, se requería de una técnica más avanzada, además de otra clase de implementos. Busqué tutoriales en YouTube y salió uno con tres pares de agujas, que se me hizo más sencillo inscribirme a una clase de quinto semestre de la carrera de robótica. Cabe señalar que el resultado distaba mucho del que yo me imaginaba.

Y consulté con la única persona que conocía que podía ayudarme. No, no la señora a la que le pedí los warmers y me dio calcetas, no, ella salió de mi radar desde hace mucho; yo hablo de Wendy Fregoso, la chica multitask del Taller/ Galería El Farol (tal vez ustedes la conozcan como quien hace velas, pero hace un montón de cosas). Amiga mía con la suficiente paciencia como para enseñarme a hacer “cadenitas” (al parecer, el principio fundamental de todo crochet) y “postecitos” (la continuación base de todo crochet, con sus variantes). Eso, y un vino para soltar la mano, ya se armó la clase.

—Empieza con ganchillo, Moka, y ya que luego le agarres la onda, te pasas a las agujas.

No fue fácil, ni para mí, ni para ella; esas “cadenitas” me estresaban más que relajarme. Me enredaba toda y se me confundían los dedos, porque había que acomodarlos de cierta forma. Aquello era un desastre. El cien por cien de mi concentración estaba en esa progresiva concatenación. No podía hablar, chismear, imaginar nada… Ojos, manos y cerebro en el estambre, las imaginativas sucesión de groserías se daban al por mayor mientras me equivocaba.

—Si vieras a las doñas— se burló de mi ese día en el  Farol— tejen viendo la tele, contando puntos, fijándose en el tejido de las otras, y todavía les queda atención para platicarte los últimos chismes.

Pero yo seguía en las mismas, con la lengua de fuera, haciendo bizcos y sin entender cómo es que habían quedado dos de mis dedos en medio de aquella maraña de estambre.

Dos veces tuve que ir al local, y ensayaba en casa. Hasta que por fin logré terminar una tira de cadenitas en una sola intención (de calidad estándar), unir un extremo a otro y comenzar a tejer sin hacer más nudos de los necesarios. Hice mis primeros y muy terribles intentos. Unas porquerías, los warmers más aceptables, tenían la apariencia de bota de vikingo en papel maché mojadas. Sin embargo cada punto mejoraba y con cada error Wendy me explicaba lo que había ido mal. Esas botas de vikingo sirvieron para práctica y después para cama de gato.

—Ahora sí, creo ya estás lista para esos tutoriales. Pero no busques tejido, busca como crochet o ganchillo— me graduó finalmente Wendy

Y encontré uno muy padre. En el momento creí que iba a estar súper difícil, pero no.  Ya me sabía lo principal y entendí perfecto. Tantas cadenitas, tantos “simples crochet”, tantos “doublé crochet” … En vez de hacerle normal, le intercalas, un punto por detrás otro por delante, tres en un punto, y así etcétera… Hasta que me quedaron unos bien padres que se los regalé a las sobrinas. Hice otros que también me quedaron muy bien. Luego, guantes sin dedos, y al final, gorros y un hoodie que a la primera impresión me quedó como si me echara una manta en la cabeza (y se ve igualito al del tutorial), pero ya acomodado se ve interesante. (Quería hacer para vender, pero solo me alcanzó el tiempo para hacer los de regalar).

Ya con las directrices de Wendy, sentí que podía hacer cualquier cosa. Tutorial que pusiera, tutorial que decía «claro que sí». Tengo muchos proyectos pero ya se me pasó la ansiedad. Lo bueno del ganchillo es que es muy versátil, y práctico, (no como las pulseras o las bufandas), siempre puedes sacar algo nuevo y no te aburres.

—Ahora sí Moka—me invitó Wendy— Anímate con las agujas, ándale, verás que padre.

Pero yo creo que ese nivel lo desbloqueo ya la próxima temporada. Ya hasta compré ganchillos de diferente tamaño para aguantar en el año.

Mi hoodie “fenomenal” -super calientito, eso sí-

 

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