“Esas no son formas”

Es arte, pero tengan en cuenta que también es propaganda. Y cuando el país no esta a la altura de lo que representa, los monumentos pierden su calidad de intocables

La frase idónea para justificar nuestra postura en contra sin que se note agresiva: “esas no son formas”. Es muy común, pulula en las redes y en las voces de amigos, conocidos, familiares y compañeros. Una forma fantástica para desligarnos y cerrar nuestros oídos.

Que si marchan “no son formas”. Que si deciden no hacer nada “no son formas”. Que si avientan glitter “no son formas”. Que si gritan, que si se enojan, que si arremeten, que si rayan “no son formas”.

Que si rayan. Detengámonos ahí porque es un tema del que justamente se cuelgan muchos para desprestigiar o justificar el porqué esas personas no merecen credibilidad alguna.

Parece una ofensa nacional el que las personas pintarrajeen bardas, vandalicen monumentos y no me malentiendan, lo es, y debería de serlo. Ese es el punto justamente. La base del graffitti es la transgresión, además de un discurso de inconformidad política.

Que se ve mal. Señores, eso es lo que se pretende. Que si los monumentos no tienen la culpa. Es cierto, no, ellos per sé no la tienen, pero ya no están a la altura de lo que representan. Que si es una falta de respeto, ahí sí, la verdad, no lo creo. La falta de respeto sería la de no haber inspirado en la gente el respeto que se supone deberían profesar.

¿Qué es lo que caracteriza a un barrio peligroso? Su lejanía de la mano de dios, su poca presencia policiaca, su alto índice de delincuencia, sus mafias o pandillas, el ambiente tenso, su impunidad, sus calles oscuras, o descuidadas y propicias para los usos y costumbres de la vida criminal; y lo que ayuda a concretar bien la sensación de peligrosidad y anarquía son las pintas. Un barrio bien rayoneado, da más miedo que un barrio bien pintado.

Entonces, el paso de mujeres pintando lemas, frases y demás, no se debe nada más al enojo y a la frustración de “chamacas salvajes y consentidas sin nada que hacer y que no saben pedir lo que quieren”. No son solo vándalas anónimas. Esto tiene un significado más concreto y terrible: México, señoras y señores, es un barrio peligroso.

Hacerlo así es exponer esa verdad ante visitantes, extranjeros, reporteros, noticieros, blogs, Facebook, twitter, chicas, madres de familia, etcétera.  La voz y las imágenes de estos actos corren, se cuelan por todos lados, aun cuando al Estado le importe más limpiar todo de ipso facto o guarecer los lugares.

Es triste, pero la mayoría de las mujeres asesinadas o violentadas, no gozaron de tanta exposición. Una mujer denunciando o pidiendo ayuda no es noticia (salvo en contadas y muy grotescas ocasiones), pero una madre que le enseña como pintar con spray a su hija, sí.

Obviamente como amante de la historia y del arte no estoy a favor de que salgan y se armen con pinturas y se den vuelo en un frenesí de sentencias y decoraciones para la ridiculización del Estado. No lo promuevo, pero lo entiendo perfectamente.

Los monumentos se hicieron para vanagloriar la historia de un país. Tienen un discurso de triunfo, de prosperidad, orgullo y pertenencia. Irradian un respeto sagrado. Es arte, pero tengan en cuenta que también es propaganda. Y cuando el país no esta a la altura de lo que representa, los monumentos pierden su calidad de intocables. La casa de los Azulejos es solo un Sanborns.

No hay nadie yéndose en contra de la Casa Azul de Frida Kahlo, por poner un ejemplo o contra el Museo de la Tolerancia. Fueron tribunales (hace algunas semanas en Hermosillo), catedrales (por obvias razones), el Palacio Nacional, Bellas Artes,  el divino Paseo de la Reforma (tomen nota de los nombres gloriosos) y el icónico Angel de la Independencia, que, la pregunta sería ¿Cuál independencia si vivimos secuestradas por el miedo, el desasosiego y la impunidad, además de tener que estar atentos al capricho de autoridades proclives al berrinche?

En los monumentos y edificios históricos se puede leer el paso del tiempo, las altas y las bajas, las turbulencias, los olvidos o reconciliaciones (cuando los reubican), las restauraciones (si lo merecen). Ellos están ahí para hablar, así sea que se tengan que resignificar el discurso original.

Su existencia o ausencia servirá para contar la historia de este México convulso. Esas formas han sido desde que la humanidad es humanidad, no solo son históricas, son didácticas.

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