Déjame llegar al punto.

Leí un artículo de Tierra Adentro titulado “Basta de leer” (http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/basta-de-leer/) que habla sobre lo estériles que pueden ser las campañas de fomento a la lectura, pues parten desde la idea de echarle la culpa a la irreverente juventud  y a los niños de su falta de interés por la lectura, cuando en realidad están […]

deja_llegar_al_punto_MoKa_hammekenLeí un artículo de Tierra Adentro titulado “Basta de leer” (http://www.tierraadentro.conaculta.gob.mx/basta-de-leer/) que habla sobre lo estériles que pueden ser las campañas de fomento a la lectura, pues parten desde la idea de echarle la culpa a la irreverente juventud  y a los niños de su falta de interés por la lectura, cuando en realidad están mal enfocadas (las campañas).  Deberían concentrarse en los adultos, en padres y maestros sobretodo.

Piénsenlo bien.  En realidad la propuesta no es mala.

Es cierto: uno aprende más que nada por imitación, con el ejemplo, y no con súplicas vanas en conferencias, pláticas escolares y con de lecturas anquilosadas en los cuadernos de tareas.

Recuerdo a mi mamá, que  en sus momentos recreativos tenía un libro en las manos. Cuando llegaba yo o mis hermanas a pedir o querer algo (que no fuera urgente), siempre era la misma respuesta “Espérame. Déjame llegar al punto”… y en verdad  que el punto era muy flexible… (Ya después cuando aprendí un poco de ortografía le decía que seguramente ya se había topado con alguno, a lo que ella replicaba sin perder la calma “es otro tipo de punto, y si sigues  ahí parada molestando, va a ser el final (punto final).”

Luego había discusión del libro con la abuela, ya fuera por teléfono o en vivo con capuchinos en la sala, mientras mi mamá cosía calcetines o doblaba ropa. También le pedía e intercambiaban libros.

Yo leía desde que pude, mi abuela siempre me ha fomentado el vicio, regalándome comics (Archies), las tiras de  Mafalda y otros libros de cuentos y novelas que entonces eran aceptables para mi edad, que, aun cuando siempre me preguntaban ¿qué tal está el libro?, obvio las lecturas no incitaban ese tipo de acaloradas discusiones.

Recuerdo muy bien que uno de los que marcaron mi inclusión al selecto gremio, fue Caballo de Troya.

No supe bien quien empezó y quien se lo pasó a quien, pero el caso es que fue devorado y ampliamente comentado en mi casa.

-¿De qué hablan?-

– De un libro-

– Yo también quiero-

– Tendrías que leer el libro-

– Ok. Pásamelo-

Mi mamá me miró un largo rato, como sopesando la relación entre edad / contenido, y entonces me alargó el número uno.

-Es pesado, porque tiene muchos aspectos técnicos, pero el dos ya no tanto.

Lo acabé, sí, con trabajos, pero no quería decepcionar a nadie. Este era mi momento y tenía que demostrar que podía con la tarea.  Y de ahí me pasé al dos. Sí, tenía menos aspectos técnicos y lo disfruté más.

No hubo sermones, no hubo súplicas ni invitaciones severas. Era simplemente participar de una dinámica familiar.

 

Otra cosa importante. Cuando yo agarraba un libro nunca me decía algo como “ponte a hacer algo productivo”, de hecho se enojaba más si veía tele.

-Cuando lees, se ve en la cara y los ojos que el cerebro está funcionando, a diferencia de cuando estás frente a la tele; eres una papa y hasta pones cara de mensa.-

Si me castigaba y yo tomaba un libro, no había problemas.

Obvio las veces que había que hacer algo más, pero siempre había una o dos horas en las que te podías dedicar de lleno a la lectura (o en la noche).

No había mucho jaleo para adquirir un libro si había dinero. Pero para ser honesta usaba más los servicios de “renta y préstamo” de la biblioteca y amistades (y de la extensa colección de mi propia abuela). Había algunos que no me encantaban y que podía prescindir de su presencia en mi librero… y los que realmente me gustaban, molestaba y molestaba (y molestaba) hasta tenerlo físicamente en mi pequeño librero.

El cómo obtuve el de Historia et veritatis de Unicornis es una historia que a mi mamá le gusta contar mucho (un libro que les recomiendo ampliamente a aquellos amantes de la fantasía): Le dije que necesitaba dos libros uno  para etimologías latinas  y el otro (real) no recuerdo para qué materia. Fuimos a la librería y estando ahí le dijo al encargado.

Necesito otro libro de etimologías latinas ¿Cómo se llama, MoKa?

Historia- dije yo sin vacilar ni tantito (aunque un poco lejos)

Historia- le repitió mi mamá al encargado que estaba anotando el nombre

Et veritatis-

Et veritatis- repitió

De unicornis- me alejé un poco más

Deuni…cor…-  y me dirigió una cara asesina. Suspiró y sus ojos se rieron por la ocurrencia. Ya sabía yo que venía su grosería favorita (cabrona) muy entre dientes. El encargado ni se percató.

De unicor nisss…- recalcó mamá.

Ese creo que no es de…- dijo dubitativo el muchacho

Si, ya sé- interrumpió mi madre.

(Bueno, la verdad es que mi mamá lo cuenta mejor)

En otro lado del mundo y en la misma ciudad, mi amiga Angie también vivía en una casa rodeada de libros e instinto lector.

Su mamá era la que más libros nos prestaba.  Tenía una pequeña bodega llena de ellos ¿cómo escoger entre tantos?

-Tomas uno, lees la contra portada, lees las primeras páginas ¿te gusta? ¿te enganchó? Le sigues, si no, lo dejas de lado, tomas otro y repites la operación. – aunque muchas veces nada más nos alargaba uno y nos decía simplemente “este está bueno”.

¿Y si quiero leer más?-

Uno a la vez. Anótalos en tu agenda- Decía, consciente de que tenía rarezas literarias, (aún ahora no puedo encontrar algunos de los que leí bajo su tutela). Terminé con un listón, que no leí ni la novena parte, lo reconozco.

 

Pero éramos los pocos.  Conocí amigas que leer era un asunto meramente académico. Para unas algo prescindible, para otras algo crucial. Sí, así perdí varios libros, intentando inducirlas al vicio, prestándoselos para compartir impresiones, y ahí se quedaron, en casa de personas que jamás se tomaron la libertad y el tiempo de levantarlo de donde lo hubieran dejado la primera vez llenándose de polvo o simplemente adornando libreros estériles. En una que otra ocasión encontré alguno (que por fortuna tenía mi nombre entre las últimas páginas), se encogían de hombros y nada más decían “llevatelo” (no sabía que me dolía más, si el desaire  con que me lo decían o el abandono en el que vivió el pobre).

Bien, entonces, por un lado teníamos a los “empollones” o “nerds”, que no se podían dar el lujo de hacer algo que no fuera académicamente requerido.

Solo trataban sobre lo que dejaban en la escuela, si quedaba tiempo libre y los veían con ánimo ocioso, mejor les invitaban a repasar las lecciones de inglés o en lo que fallaran (aun cuando tuviera amigas de visita). Sus padres tenían un miedo terrible a que fallaran o perdieran la beca. Obvio, terminaban el día tan mentalmente fatigados, que lo menos que querían era tomar otro libro o si lo tomaban, simplemente se quedaban dormidos.

Curioso. Mi amiga podía ver un rato la tele y quejarse de estar cansada sin que su mamá la molestara por un buen rato (tenía que distraerse), pero si la veía con libro,  le preguntaba con enfado que si ese era tarea (obvio que sabía que no).

-Deja de leer tarugadas. Mejor lee el que te dejaron, o adelanta el que sigue, en vez de que estés perdiendo el tiempo- Nunca entendí bien por qué, pero así ocurría. Y en pocas ocasiones ahí estábamos las amigas cuidándole las espaldas, leyendo comics en secreto, como si estuviéramos fumando en la azotea.

 

Por otro lado, tenía amistades en que, para su madre, el desfogue físico lo era todo. Entrenaban intensamente, pues  algunas competían en competencias panamericanas y similares.  No había mucho tiempo de sobra cuando se está físicamente exhausto a las 8 de la noche. Ni la tarea terminaba (y sus padres, con que pasara el año, se daban por bien servidos).

Ellos no estaban muy tristes por perderse la magia de la lectura. Eran las prioridades, ¡son! Las prioridades.

Entonces su cerebro  catalogó la lectura como una actividad tabú que se hace durante el año escolar, una tarea más, y por eso mismo se alejaban de ella como Satanás al agua bendita.

A veces, ellas tenían toda la intención de leer, se veían realmente interesadas ante la reseña, pero… no había tiempo.

Entonces sí. Hay que enfocarse en otras personas que no sean los escolares.  Achacarle la culpa a los jóvenes y niños de su falta de interés, es querer acabar la tos con una dosis de jarabe.

Hay que poner el ejemplo, pues la curiosidad para leer es casi innato. Un niño, cuando aprende a leer, se entusiasma y hasta recita las groserías en las bardas camino a casa.

Los niños y jóvenes en realidad son muy fáciles de enganchar (pueden leer por horas tuits, post y blogs)  Son los adultos los difíciles de complacer y los que ponen todas las trabas. Pero eso sí, salen con las manos juntas, en tono suplicante en las justan con los maestros, que no hacen actividades de fomento.

¿Cómo van a saber los padres de las necesidades de un aficionado a la lectura si ellos jamás lo han hecho? Señoras y señores las revistas mientras están en el baño, no cuentan.

La única explicación que se me ocurre es que es por miedo a que sean “raros” y en la escuela les metan una zurra por nerdos.

A mi no me tocó eso, a Angie, tampoco y eso porque nos sabíamos defender. ¡Hey! Que leamos no significa que seamos unas debiluchas (en los comics venían maniobras de kung fu)

Esa idea de que estar leyendo significa que tienes tiempo por perder es un concepto ampliamente difundido.

Cuando en la secundaria trabajaba en una zapatería. Si la dueña me veía leyendo, se enojaba.

La limpieza ya estaba hecha. El escaparate estaba prístino. No había nada que hacer, no había gente.

Si te quedabas ahí, sentada mirando a la nada, no había reacción. Pero si te veían leyendo, la encargada se enfurecía y te ponían a hacer mil y un tarugadas (porque seguramente tenías mucho tiempo para perder). Si se ponía pesada, incluso te decía que te salieras a corretear a la poca gente para meterla en la tienda. La tele era mejor aceptada que un libro, que porque con el libro no estás consiente de lo que pasa a tu alrededor, pero con la tele a todo volumen en las novelas o en Los Simpson uno está más atento que un Pastor Alemán de antinarcóticos.

La encargada prendía el aparato y podíamos ver programas enteros con la gente pasando detrás nuestro sin que nadie levantara un dedo, pero yo, no podía ni llegar al punto.

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