Federico’s Parasail parte uno

Federico´s Parasail parte uno. El picnic (o crónica de un Dramamine desperdiciado). Un día ya teníamos cita y la tuvimos que cambiar (como dos veces). Después algunos inconvenientes, por fin acordamos la fecha y la hora. La cosa iba a ser sencilla: una aventura a mitad de semana para despejarnos; paseo en barco, parasail, unas […]

Federico´s Parasail parte uno.

El picnic (o crónica de un Dramamine desperdiciado).

Un día ya teníamos cita y la tuvimos que cambiar (como dos veces). Después algunos inconvenientes, por fin acordamos la fecha y la hora. La cosa iba a ser sencilla: una aventura a mitad de semana para despejarnos; paseo en barco, parasail, unas cervezas, relax en el azul del mar y de regreso.

—¿Ya lista? — advirtió Sami al verme muy de short, sandalia y gorra.

La última vez que me subí a un barco (hace un año aproximadamente, buscando ballenas), ni con los tan recetados Bloody Marys, disfruté el viaje como hubiera querido (de hecho, lo que más disfruté fue poner un pie fuera de la embarcación), pues, por más que le recé a Poseidón y a la sirenita y a cuanto tritón me pasaba por la mente, durante todo el trayecto había padecido los embistes del mareo. Sin embargo, esta vez iba con toda la actitud positiva y ya había hecho mi parada estratégica para comprar dramamine.

—Más que eso— agité el empaque con la dosis sugerida de tan milagroso medicamento. Sami rió.

Sí, ella recordaba esa traumática vez. Me lo tomaría media con media hora de antelación como marcan las instrucciones (creo), y me dejaría llevar (hasta cierto punto) por el vaivén de las olas.
La oficina olía bloqueador y a sol, típico aroma vacacional, que en cuanto se percibe, el cuerpo sufre una relajación súbita. Sacaron los sombreros y las cámaras. Ya preparados para la excursión en altamar. Los sándwiches ya estaban listos, solo faltaban las botellas de agua y las cervezas para acompañar (y no deshidratarnos).

Llegamos al muelle y nos recibieron súper bien. Esperamos tantito y observamos que había una persona volando por ahí en parasail. Tenían que ser ellos, pues son los únicos que hacen eso por estos rumbos.

No saludó el hijo y nos invitó a pasar al Sirena de la noche, un barco que se nos antojó algo grande para los cinco que íbamos, pero pasamos con gusto. Nos acomodamos observamos el mar hasta que alguien notó que algo hacía falta.

—Oiga ¿y de aquí cómo sale el parasail?— fue Sami la observadora.
—No, de aquí no sale el parasail. Ese es en otro— ya estaban preparando todo para salir del muelle. —Pero ese ahorita está ocupado. Ya tiene salida.
—No, no, no— Dijo María Luisa alarmada. Todo mundo se levantó y se empezó a bajar, como si el
mismo barco estuviera embrujado— Pero si esa era la idea. Moka está lista para subirse.
Tragué saliva.

Se miraron unos a otros. Sacaron los celulares e hicieron llamadas. En lo que eso ocurría el capitán del Sirena de la noche, nos dio un breve recorrido. Tenían camas, refri, baños, uno con regadera, una salita (con un sillón que también se hacía cama). En fin, bastante cómodo y funcional, contenía todo lo indispensable para vivir ahí. Me hizo imaginar sobre una vida bohemia de muelle, como en las películas, y de pronto caí en cuenta que sería una vida de eterno dramamine (obvio, para idealizar de esa forma una existencia marítima, es que, el medicamento, estaba funcionando). Nos explicó que ese barco se renta también para ir a pescar y que incluso se puede por todo un fin de semana o el famoso “overnight fishing”. Y , de ser necesario, también tienen otra embarcación más grande.

En el muelle, hablaron unos con otros, se pasaron el teléfono y nada, un leve malentendido. Con una sonrisa nos avisaron que no nos preocupáramos, todo tiene solución: Saldríamos en el barco, y después, el del bote con el parasail ,nos alcanzaría cuando terminara su compromiso, haríamos el recorrido aéreo y ¡Tadá! «Chicos de RockyPoint360, no se preocupen que aquí solucionamos. Vuelvan al barco y disfruten su tarde».

Nos pusieron música, guardaron las cervezas en el refri, y en lo que zarpábamos, nos tomamos fotos.

El capitán del barco subió a su puesto y arrancamos. Salíamos de reversa. Unos checaban a la izquierda y otros empujaban al barco por la derecha… y algo pasó. Esa acción de empujar de uno u otro lado se intensificó, y de pronto ya estábamos bien estacionados como al principio.

Fue un largo viaje de… 5 metros.

Con muchísima pena nos anunciaron que no podríamos salir. Algo no se sentía bien con un motor y que mejor reagendáramos la salida.

—Y yo que me había tomado el dramamine— fue lo único que dije ante la eventualidad. Sami no aguantó y soltó la carcajada. ¿Pero y todo lo que llevábamos?

—No se preocupen— anunció el capitán— Si quieren quédense aquí.
—¿Podemos hacer picnic?— preguntó Sami.
—¡Claro! Sin ningún problema— Y sin derecho a réplica, bajó del barco y dejó la música.

Nos sentamos, se repartieron servilletas, sándwiches y cervezas. Luis tomó foto de cuanto quiso. Por ahí nadaba un león marino.

Yo me senté en el piso, me tomé unas cervezas y observaba para todos lados. La verdad estuvo muy agradable. Nunca me había tocado nada más quedarme ahí en el muelle, estacionada entre tantos barcos. No estás a medio mar, en medio de la nada, ni sentada en la playa. Es un intermedio. Estás sobre el agua, en un algo que incluso tiene baño, tomas el sol, disfrutas del azul y del ambiente marino. Es una sensación distinta.

El ruido de un celular avisó que ya era hora de volver a tierra firme de nuestro exilio simulado. A ese le siguió una avalancha de pitidos y todos recordamos nuestras citas y compromisos.

Nos costó movernos, de tan a gusto, pero estoy segura que, si no hacíamos el esfuerzo entonces, no hubiéramos tenido ningún inconveniente en quedarnos ahí como parte del mobiliario. Entonces, cuando terminamos de cruzar el muelle, llegó el bote con el parasail.

—¿Qué onda? ¿No se animan?— nos gritaron.

Todos nos volteamos a ver con algo de tristeza. Por más que quisiéramos alargar la experiencia ya no se podía. En la boca de cada uno se murmuraban, en tono de disculpa, uno a uno los compromisos.

Pero aún indecisos, el comentario de Luis fue el determinante: «ya no tengo pila en la cámara». Y así nada pasa, pues sin foto de mi flotando por los aires por el ojo experto del fotógrafo oficial, nada más no se puede ilustrar una nota sobre un día con Federico´s Parasail.


Total, que dicen que la tercera es la vencida.

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