No lleves vestido a un Speed boat.

Desde que agarró velocidad, el vestido no dejó de arremolinarse en todas direcciones; destapando lo que tenía que tapar y tapando lo que no debía cubrirse (como la cara). Lo bueno es que debajo traía el traje de baño. Sin embargo, fue una odisea anudarlo, acomodarlo, alisarlo y meterlo debajo de las piernas. Volando como […]

Desde que agarró velocidad, el vestido no dejó de arremolinarse en todas direcciones; destapando lo que tenía que tapar y tapando lo que no debía cubrirse (como la cara). Lo bueno es que debajo traía el traje de baño. Sin embargo, fue una odisea anudarlo, acomodarlo, alisarlo y meterlo debajo de las piernas. Volando como si quisiera emular a una Marilyn Monroe (pero sin querer aprovechar el gesto coqueto).

Podría decir que esa sería la única queja de mi parte respecto del viaje con Del Mar Charters… eso y beber mientras la lancha está en movimiento acelerado, pero no nos adelantemos.

Fue un jueves que Sami pasó por mí poco antes de las 8:00 am. En lo que pasábamos por café, nos registrábamos, esperábamos a sus amigas y todo el asunto, daría la hora de la salida: 8:30 aproximadamente. Después del papeleo de rigor en la oficina de Del Mar Charters, ya nos esperaba Oscar, el capitán, que nos invitó a cruzar a las oficinas de Fonatour para pasar al baño.

—¿El barco no tiene baño? — Pregunté alarmada. Lo lamento, pero a esas horas, normalmente no pienso mucho lo que digo (y obviamente lo que uso).

Estaba acostumbrada al viaje de bebida constante y velocidad crucero, que nos toma unas tres, cuatro horas en llegar a la Isla San Jorge. La reflexión de esa matemática; de todo ese tiempo sin baño, causó un ligero estrés en mi vejiga.

—¡Claro que tiene baño! Solo que es pequeño, y esto es por comodidad. Tenemos tiempo. — contestó con una sonrisa de desenfado. La gente madrugadora goza de esa singular vibra enérgica de que parece que el mundo les hace los mandados.

Y ya pasado el susto, seguí dándole sorbitos a mi café.

Yo no sabía que íbamos a ir en un bote rápido. Honestamente me imaginé en el catamarán con rejita. A una velocidad tranquila. Me pondría una playera y rebotaría en la rejita un rato (no sé por qué tengo la idea de que es elástica) y luego me dispondría a apreciar el paisaje y/o a ver el horizonte de forma romántica. Sin embargo, ya iba yo encaminada, cuando el capitán me cortó el camino y nos dirigió al bote.

Más pequeño, más íntimo y justo para el número de personas que éramos; un espacio enfrente con sol, la parte de atrás con sobra… y mi primer pensamiento fue «¿Dónde está la barra y cómo baila uno ahí?». No me juzguen, a mí me dijeron que incluía bebida y lunch.

Nos acomodamos, Oscar dio algunas indicaciones sobre que de preferencia habríamos de permanecer sentados, caminar con cuidado, hacer una seña si quisiéramos cambiar de atrás para adelante o viceversa; donde estaba el baño (que por andar buscando la cámara ni me fijé, pero solo escuchar de su existencia me tranquilizó), y a las niñas (las hijas de las amigas de Sami) les pusieron chaleco salvavidas. En cuanto rugió el motor, la “entrada” del bote, de un tris, la transformaran con dos piezas, en un asiento. Nos separamos del muelle, y sin prisas, nos despedimos de los marinos que estaban haciendo práctica de salvamento. Cruzamos el rompe olas que en ocasiones sirve de trampolín en el viejo muelle, y entonces, cruzando esa angostura, saliendo al vasto mar, observé como Oscar empujaba, suave y constante, una palanca al lado derecho del timón, que tuvo como efecto inmediato, que mi espalda se pegara por completo al sillón (justo en la salida que convirtieron en asiento, que suerte que clausuraron esa salida). La cafeína hizo su efecto de golpe y rogué porque el dramamine no se quedará atrás.

Imaginen empezar el paseo con una sinfonía de Vivaldi (con pajarillos cantando de fondo, todo dulce), y de pronto, que el ritmo acelerara hasta llegar a, un nada despreciable, heavy metal.

El asunto es el siguiente; en ese vehículo uno llega más rápido al destino. Uno no bebe, no baila y mucho menos se queda uno parado románticamente viendo el horizonte. Uno disfruta del viaje como si de una atracción de juegos mecánicos se tratara. Es velocidad y, si el mar está agitado, es también brincos. Por lo tanto, recomendación número dos (la primera fue el vestido): si llevan café, procuren que no esté caliente.

 

Parte I

Las niñas, encantadas. Con cada brinco se oían sus carcajadas.

Yo intenté cambiarme de lugar para que Sami estuviera junto a su amiga (porque quedé justo en medio abrazando mi mochila) y mi centro de gravedad era prácticamente inexistente; rodé un poco a la derecha, otro poco a la izquierda, peleando con el vestido, ya cuando estaba de pie, un brinco me regresó a mi lugar de origen. Sonreí como disculpa y Sami puso todas las bolsas juntas.

Todos tenían la actitud de quien ya está acostumbrado a estos vaivenes y quise estar a la par.

Oscar y su mano derecha (¿primer oficial?) Peter, estaban de pie, perfectamente derechos y cómodos, inmunes al trajeteo; como si estuvieran de paseo por escaleras eléctricas en un mall.

Nora y Sami, platicando, tomando café, sentadas en poses relajadas. Jen y David, al frente, recargándose de rayos solares; las niñas justo en la proa, viendo abrirse el mar a su paso. Y yo fingiendo naturalidad y compostura, (aun cuando muy dentro de mí me sentía gato casero en tabla de surf).

Ya normalizándose la situación (ya acostumbrándote un poco) el viaje es muy agradable. El viento, la plática. No bebes, pero lo intentas.

—Bien— anuncia el capitán, gira y le pasa el timón a Peter— Salimos a las nueve y el tiempo estimado de llegada Bird Island es de una hora más o menos, si todo nos es favorable.

¡Wow! Una hora de viaje. Eso es interesante. Eso es rápido.

Quise cambiar de lugar y tomar fotos, pero con ese vaivén era como jugar Mario Kart y no darse cuenta que tu control estaba desconectado.

Mi coordinación motriz estaba hecha un asco, pies, manos y torso no estaban en sincronía en absoluto. Entonces mejor me quedé sentada a pelearme con el vestido.

Mientras tanto Oscar nos platicaba que tiene varias certificaciones; Es patrón marinero clase C, buzo de agua abierta y que está haciendo una certificación de búsqueda y rescate (por eso conoce a los marinos).

Derecho, rebotando sobre las olas. Oscar hizo una observación; las olas vienen en grupos de tres, luego de tres grupos de tres, seguía un grupo de cuatro, una sola ola muy pronunciada (o fuerte) y luego la calma, como un breve “reset” y empezaba el conteo de nuevo.

Me funcionó, por un rato, hasta que me distraía y no sabía en qué lapso íbamos.  Me relajé mejor y ni modo, que los barcos camaroneros y el horizonte se queden sin foto (era eso, o yo sin dientes)

La isla se acercaba más y más, y el entusiasmo en las niñas crecía. ¿Han llegado a un punto en el tiempo y la ansiedad chocan y que parecen no avanzar, por más que sientan la velocidad, el destino no parece cambiar de tamaño o acercarse? Bueno, pues ellas, para contrarrestar esa sensación decidieron mejor voltarse y no ver la isla para que así fuera sorpresa cuando llegáramos.

—Estaremos ahí cuando mucho en veinte minutos— Anunció el capitán

—Pero ¡no hemos visto delfines! — Dijeron por ahí.

—Cierto— y Oscar bajó la velocidad. Checó su reloj— Tenemos tiempo.

Empezó a zigzaguear y de pronto ¡Ahí estaban! Dos o tres delfines. Los seguimos, nadaron junto a nosotros, saltaban, desaparecían, de pronto ya estaban de nuevo alejados de nosotros. Eran enormes. Oscar pidió que nos sentáramos y empezó a maniobrar, «No hay delfín que se resista a jugar con olas. Les voy a hacer unas muy bonitas». Dicho y hecho; no se resistieron « Para ellos es como energía gratis en tobogán».

Y como diciendo “fue un placer”, se fueron con las olas creadas y Oscar redirigió el bote a la Isla.

Primero nos acercamos a una pequeña roca, que, nada más ahí, había tres tipos diferentes de aves. Uno de cuello azul estaba haciendo su danza erótica a una pajarita indiferente.

—Antes que nada, me gustaría darles una vuelta para que conozcan toda la isla… en lo que escogemos el lugar ideal para nadar. — Y de pronto una total orquesta de ladridos y barritos le da la bienvenida al barco.

Había lobos Marinos de todos tamaños; desde bebecitos que apenas si se mojaban en la orilla, hasta enormes machos con su respectiva protuberancia en la frente, protegiendo su harem.

Y empezamos el tour.

¿Cuál es la diferencia entre las focas y los lobos marinos? Fácil (una vez que uno ya sabe); los lobos marinos tienen orejas y las focas no. Además, que los lobos marinos tienen más fuerza en sus aletas traseras y caminan, o dan saltitos, a diferencia de las focas, que todo el trabajo de moverse en tierra, lo hacen sus aletas delanteras.

¿Aquí se puede pescar? No, porque es un lugar protegido.

¿Podemos subir a la isla? De preferencia no. No es recomendable ya que, aparte de poder causar un accidente, de que algún lobo marino crea que estas invadiendo su territorio poniéndose protector (pues es donde andan los más pequeños), hay veces que traemos bacterias en las manos o pies, que ni sabemos y en cierta roca con la humedad y el calor justos, se pueda hacer un brote, rompa el equilibrio y dañe a la población de aves o lobos marinos.

¿Han mordido a alguien los Lobos Marinos? No y no queremos que eso nunca pase, por eso es importante el respeto; el respetar sus tiempos, pero sobretodo, sus espacios. Si te acercas mucho te ladran de cerca. Lo bueno es que también saben que venimos a convivir y ellos solitos se van acercando. No tengan miedo, son creaturas muy curiosas y buena onda.

¿Por qué sacan las aletas como si nos estuvieran saludando? Ahaaa, esa es muy interesante. No están saludando ni flotando en la flojera. Fíjense que por la aleta pasa la principal arteria, entonces y sirve para regular la temperatura; para enfriar y calentar…más que nada para refrescar. Es como nosotros lo tenemos en el área del cuello, por eso nos da “brain freeze” cuando comemos algo muy frío, o usamos bufandas, porque la sangre la calentamos (o enfriamos) y corre por nuestro cuerpo.

¿Cómo sabemos cual es macho y cual es hembra? Los machos tienen una protuberancia en la frente.

Datos, datos, datos, datos… Ese hombre tiene en la memoria tanta información, que podría hablar por horas seguidas sin repetir.

Por ejemplo, cuando vayan fíjense bien; hay cuevas y formaciones rocosas no naturales, a lo largo de la Isla… No les voy a arruinar la sorpresa y mejor pregúntenle a Oscar sobre éstas.

Nunca había ido por la parte de atrás de la isla. No hay tantos lobos o aves, pero sigue siendo interesante. Hay un “mini Cabo” como lo llama Oscar y una forma de un pez que lo ha nombrado el abuelo prehistórico de Dory (y sí se parece).

Conforme terminaba el recorrido nos estábamos impacientando.

Oscar encontró el lugar ideal, «vean el agua, como de garrafón».

—Ahora las tres preguntas típicas— Nuestro capitán se colocó muy teatral en medio del barco— Número uno: ¿Pintaron la isla de blanco? No, nadie la pinto, es el color que adquiere por… los desechos de las aves. Número dos: ¿Hay tiburones? No, no hay. Los pescadores se los acabaron en los ochentas, principios de los noventas. También porque esta área tiene un veinticinco por ciento más de salinidad y los tiburones nuevos no pueden nadar aquí. Aparte de que los delfines también ayudan a mantenerlos a raya. Así que tranquilos. Y número tres y la más importante: ¿Hablo lobo marino? Sí, señoras y señores, sí lo hablo—  Dio un brinco a la popa y barritó como lobo marino para anunciar su llegada, misma que levantó una ola de ladridos y gritos provenientes de toda la isla como respuesta.

Luego, en lo que todos se alistaban, lanzó anclas (una en forma de cuadrado, que resulta que es menos dañina para el ambiente que las normales), y empezó a repartir aletas, visores y snorkels ¿Alguien necesitaba chaleco? Ahí traían para todos ¿De dónde salió tanta cosa? No tengo ni idea. Parecía magia. Incluso los visores les atomizó un “antifog” casero, que funcionó magníficamente.

Un tip para ponerse las aletas: doblen la parte de atrás de la aleta, metan el pie y ¡voilá! Fácil, sin andar usando el dedo como calzador.

—Pónganse cómodos en lo que yo me preparo— Y desapareció en el baño. Oh sí. El capitán y su oficial también entran al agua y están al pendiente.

 

Parte II

¡A nadar! ¡Niñas y padres primero!

Yo entré hasta el final.  El agua estaba perfecta; refrescante pero no fría.

Nadamos rodando el bote y con los visores podías ver el fondo. Uno que otro lobo marino pasaba por debajo de nosotros.

Había estrellas de mar, Oscar nos enseñó una. No estaba muy profundo y entre las piedras había peces de colores.

Nadamos, por debajo del agua podía observar como espontáneamente salían los lobos marinos a nuestro encuentro. Curiosos, no agresivos ni tampoco muy amigables.

Daban la vuelta o desaparecían levantando arena del fondo a su paso. No había prisa. Ahí podíamos quedarnos más tiempo.

Entonces, recomendación 3: Si saben nadar por debajo del agua ¡Háganlo! Y tengan paciencia. Hagan piruetas en el agua, toquen el fondo, giren, naden de un lado para otro y tonteen un rato (en su lugar y sin invadir espacios). Verán como los lobos marinos se empiezan a acercar.

De pronto uno se dejará venir hacia ti y girará a la derecha o a la izquierda. Yo medio los imité y supongo les pareció gracioso porque se acercaron más y más.

Abajo del agua puedes escuchar los ladridos, y no, no son los mismo que los de arriba. Hay toda una comunicación allá abajo. Es como echar un vistazo a dos mundos

Luego el papá salió y puso orden.  Los cachorros se regresaron a la orilla. Lo vi verme y nadar a una distancia prudente… y mejor yo me acerqué al barco. Un macho impresionante.

Yo seguí en mi investigación marina; a ver que tanto veía en el fondo, y si veía algún lobito, tonteaba con él.

Poco a poco todos iban subiendo al bote, para el lunch: Burritos del Reggies para todos, yo seguía nadando.

En una de esas, ya tenía a varios lobos a mi alrededor, jugando. Hasta el papá y dos hembras grandes andaban por ahí. Era genial. Me sentía como niña en kínder cuando hace nuevos amigos. Arriba saltaban y por abajo nadaban en todas direcciones como jugando a “las trais”.

Salía, respiraba y volvía. No les miento, de pronto si me asusté, llegaron más hembras grandes, pero todo tranquilo.

Sami estaba en el barco, viendo todo «¡WOW! Ahí los tienes a todos» y yo de broma le grite: “they accept me as one of them now…” Aunque, la verdad, esperaba que no. Soy alérgica al cangrejo, a los camarones y… básicamente a todo lo que ellos comen.

Lo que me recordó que tenía hambre. Y en un momento en que ya no tenía a ninguno a mi alrededor, me subí al barco. Fue triste, como cuando estás en casa de alguien ya muy encariñado con la mascota y no te lo puedes llevar a casa. Pero ya estaban todos arriba  y yo era la única en el agua.

Me dieron mi burrito (enorme) y, de nuevo, no supe de donde, sacó un kayak con remos y todo. Ese barco parecía estar hecho del mismo material que la bolsa de Mary Poppins.

Luego descubrí la hielera y por consecuencia, el bar: atrás de los asientos; el de la derecha era agua y refrescos, y el de la izquierda bebidas embriagantes.

Le pedí un Dr. Pepper a Peter en lo que Oscar acomodaba gente en el kayak.

—Lo que pasa es que no has probado mis margaritas, por eso pides eso— Dijo

—Ok. Entonces quiero una “recomendación del capitán”— Me animé. Oscar sonrió y me canjeó el refresco por una margarita, que, cabe señalar, aunque ya la trae preparada, está bastante bien servida. Lo que sí no supe, es si hizo el comentario porque él quería el Dr. Pepper, porque lo puso muy cerca del timón.

En el kayak la cosa era bastante divertida: Como tenía una cuerda suelta, los lobos marinos la jalaban para todos lados y nada más andaban en círculos.

Las niñas no lo notaron y pensaron que algo estaban haciendo mal. Fue Nora, la amiga de Sami quien se dio cuenta.

Después fueron Nora y Sami quienes subieron al Kayak y tampoco hicieron muchos avances, los lobos habían perdido todo anonimato y arbitrariamente se pusieron a remolcar el kayak. En una de esas, vimos que ellas remolcaban a uno, que feliz disfrutaba de ser jalado, luego cambiaban y así. Como perros cuando juegan a jalar trapos. Igualito.

Hasta que Oscar anunció «¡última ronda de chapuzones! Que ya nos vamos».  Imposible creer que ya llevábamos tres horas en la isla.

Las horas pasan, aunque el tiempo parezca haberse detenido y el sol no parezca moverse (debe hacerlo, pero muy sutilmente). Y yo tenía la sensación de que algo olvidaba.

 

Parte III.

 

Todo lo volvió a su lugar: anclas, kayak, remos, chalecos, aletas, snorkels y no sé qué tanto más. Colocaron de nuevo el asiento en la salida y el bote volvió a ser el mismo (“You find the fun and snap! The job’s a game… A spoon full of sugar…”).

Aquí es donde viene mi otra recomendación (el número cuatro me parece): Lleven zippy cups para los adultos.

Oscar hizo refil de margaritas antes de emprender el regreso y, de brinco en brinco, me bañé completamente de esta. La amiga de Sami, parecía tener más clase y maestría al respecto, sin embargo, en una de esas el capitán se dio cuenta y bajó la velocidad gritando divertido «¡Drink break!». Y aun así no lograba yo muchos avances, pero bueno, se le agradece.

El regreso, como siempre, se siente más rápido que la ida, sin embargo, fue lo mismo, una hora. Ya todos cansados y asoleados. Oscar tenía que llegar para checar el Sunset (el de la rejita) y nos hizo la invitación, de ahí, dan una vuelta y vuelven para el Sunset cruice. Pero bueno, al fin y al cabo, era jueves y aún había que hacer cosas. Esta salida fue nada más un coffee break de alrededor de cinco horas (un poco más largo de lo usual).

Disfruté el viaje. En serio lo hice, no me mareé, jugué con lobos marinos (fascinada como niña chiquita). Yo iba de trabajo y terminé gozando el viaje completamente.

No tomé tantas fotos como hubiera querido, pero de haberlo hecho, me hubiera concentrado en otra cosa y no en vivir el momento. Yo sé que todos quisiéramos selfi de esto, evidencia de esto otro, selfí de más allá… sin embargo, lo que realmente queda en tu memoria, es lo que vives.

¿Recuerdan cuando dije que se me había olvidado algo? Bueno, me di cuenta ya en el muelle, cuando al despedirse, Oscar pasó su brazo por mi hombro y sentí el ardor. Olvidé ponerme bloqueador al salir de nadar… En consecuencia, pasé de un suave blanco oficinista, a un suculento rojo langosta, del que sufrí como una semana entera.

Entonces, quinta, última y más importante recomendación: Recuerden ponerse bloqueador.

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