Si no es por Susy, por los mojitos

¿Saben lo bien que canta Susy? Seguramente. Aparte de su historia en el ambiente teatrero, antes tenía un grupo (que hace poco se juntaron en Hermosillo) y luego es conocido que opaca a uno que otro acompañándolo en karaoke o en un grupo.  Sin embargo, no sé porque no ha hecho teatro musical. La duda me asalta, pero no me quita el sueño (supongo a ustedes tampoco).

¿Saben lo bien que canta Susy? Seguramente. Aparte de su historia en el ambiente teatrero, antes tenía un grupo (que hace poco se juntaron en Hermosillo) y luego es conocido que opaca a uno que otro acompañándolo en karaoke o en un grupo.  Sin embargo, no sé porque no ha hecho teatro musical. La duda me asalta, pero no me quita el sueño (supongo a ustedes tampoco).

Entonces, ahora canta y la contrataron para eso precisamente; cantar e incitar a otros que canten con ella, pues ya en conjunto se mejora la experiencia y hasta afinados creemos que somos. Los jueves de nueve a once en La Cantina del Sonoran Sky. Lo compartió en Facebook y el chiste era ir a hacer bola para apoyar, y como si no fuera suficiente, con mojitos al dos por uno.

Tuve el gusto de acompañarla en su primer día. Paso por mi, más temprano para tener todo a punto. Nerviosa, tanto por si su carro decidía no llegar hasta su destino (aquí me incluyo en el sentimiento), como por su debut como solista de pistas musicales y “entertainer mexican curios” (como ella misma le llamó a su puesto laboral recién inaugurado). Calentaba coreando las canciones que salían del estéreo, del único disco que tiene el carro.

“Ay, ay, ay de mí. De este amor que se metió y que se dispara . Se contagia y te reclama. Ay, ay, ay de mi…”

Ella muy de vestidito y tacones, maquillaje discreto, cabello suelto y debidamente alaciado (o no sé si así lo tenga de manera natural), se adentró con resolución en el lugar para ver que faltaba y con la consigna de cantar primero y antes que nada Kenny y los eléctricos (fue una petición personal).

Obvio, por ser el primer día, no faltaba nada y a su vez, faltaba todo. Los de la Cantina creyeron con simpatía que Susy se encargaría de todo, como lo hacen luego los músicos que van y tocan (pues son algo celosos de sus instrumentos y ubicaciones), y Susy creyó que… Bueno, aquí miento. Susy no creía nada, ni esperaba nada, justo por eso, nos fuimos antes. Sus necesidades eran las básicas:  Una computadora y un micrófono, en todo bar que se respete, hay una compu y un micrófono. Y sí, solo había que reunirlo, acoplarlo, ecualizarlo, ubicar a la estrella de la noche.

Susy acomodó tantas veces la silla en el escenario, que se tuvo que ir a cambiar los tacones por unas sandalias, para así seguir con la labor de acomodar y desacomodar las sillas (ahora eran dos: una para ella y otra para poner la laptop y leer sin problemas la pantalla) sin temor a tropezar.

Le dieron el micrófono, lo puso en el pedestal y ahí me distraje, pues llegaron las “Susyfans”, un grupo de como seis chicas al que descaradamente me les uní al grito de “siéntate aquí”, para echarle porras y pedirle canciones. Obvio me pedí los dos mojitos, uno para mí y otro para la cantante, para brindar por su gran noche.

Había dejado a Susy en primer plano dejando el trago en una silla y peleándose con el cable cual Indiana Jones con las serpientes, cuando llegó a mis oídos “tengo roto el corazón, desgarrada la razón”, las primeras líneas de la canción de Kenny y los eléctricos, y yo al levantar la mirada, esperándola en el escenario, no la encontré.

Se había trasladado al otro lado de la barra, detrás de mí. Ahí, habían hecho en cinco minutos lo que no se había podido hacer en el escenario en treinta. Micrófono, check. Computadora, check. Pantalla a altura conveniente para la lectura de letras, check. Pista de karaoke y micrófono acoplado, check. Susy cantando sin tacones, muy sentada en la esquinita, más que check.

Y ahora, las siete o más que éramos, nos cambiamos de mesa, a una más larga y más cerca de Susy.

Después de Kenny, siguió Mon Laferte, después no recuerdo que cantó, pero lo hizo muy bien y muy padre. Luego no sé que pasó pero ya era algo extremadamente ochentero, sin ser Timbiriche o Flans. Entonces dije, si por ahí es la tirada, vamos a ponernos extremos. Grité que canciones de Emanuel, Daniela Romo, Yuri, (como no, Celos y Maldita Primavera merecían incluirse en el repertorio), Macumba (pero la de Verónica Castro, no la de la Sonora Dinamita), Dulce (tu muñeca ¿cuál otra?) El Puma, Sergio Dalma, Mónica Naranjo … En fin, hice uso de memoria de lo karaokes con mi mamá y mi tía.

El caso es que con ninguna me hizo caso y no sé cómo es que, cuando me pedí la otra ronda de mojitos, Susy estaba cantando 17 años de los Ángeles Azules, El listón de tu pelo, Cómo te voy a olvidar y otras monerías similares, que solo había escuchado en bodas (que hace tiempo que ya no voy), en una que otra fiesta patronal o ahora en Bellas Artes (que también, hace tiempo que no voy).

Creo que me bloqueé cuando creo cantó a Joan Sebastian (no Bach, ni Mastropiero, sino el Divo de Juliantla).

Este fue el momento en que se notó que la noche había sido un éxito casi rotundo, y digo casi, porque fue cuando el mesero me aviso que ya no había yerbabuena para hacer mojitos. ¡Pero cómo! Si lo había visto manipulando una bolsa bastante generosa de dicha hierba. Pues no, ya los últimos los había hecho con ramitas machacadas el doble para sacarles más jugo.

Me entristecí. Luego le pedí que me hiciera una recomendación similar y me extendió el menú de tragos sin ponerme mucha atención. No me agradó la idea, pero al verlo atareado como andaba, mejor solo me pedí una cerveza oscura de tarro y me regresé a la mesa. Tal vez, para la próxima piense mejor en una cuba o cubata (como ahorita se me acaba de ocurrir), de seven up o Sprite, ron y un splash o chorrito de limón , como plan B y seguir más o menos con la misma línea. Pero bueno, una cerveza funge como comodín en todas las situaciones. Dirijamos nuestra atención a Susy.

Entonces, el repertorio improvisado iba ya para mí por rumbos desconocidos. Cuando de la mesa de enfrente, una dama de alma caritativa, subida en copas y corta de toda habilidad musical salió al rescate, agarró el micrófono con la seguridad digna de Plácido Domingo y al grito de “¡Acá entre nos!” procedió sin recato a tronarnos los tímpanos durante toda la canción. Muy a nuestro pesar, reímos muy a gusto (demasiado). Esa mujer fue la cereza del pastel.

Cerró  su intervención apoteósica con un “¡Viva México, chingado!”, indicando así, que esa era la línea musical que ella prefería. Y pues, al cliente lo que pida (pues era obvio que ella ya llevaba muchas más órdenes que nosotras).

Mexican curios then. Y se aventó otras por el estilo. Lo malo es que ya con El Rey, le falló un poco la voz y puso una de Luis Miguel. Terminada esa, se dio un descanso.

Se había aventado casi las dos horas sin parar, y nos salimos a la terraza en lo que adentro movían las pompis al ritmo de “una mordidita, una mordidita, una mordidita, de tu boquita”, entre otras de cadencia  similar

Ahí hablaron de la verdad, el amor y la vida (supongo, porque la verdad no puse mucha atención a la plática, por estar divertida viendo como bailaban adentro), y de que el 15 o el 16 de septiembre la fiesta se va a poner buena y que Susy se va a vestir de mexicana y ahí si, a sacar las rolas tequileras de su ronco pecho, muy al estilo Chavela Vargas, para sufrir a gusto esto de la mexicanidad.  Estaban planeando todo (esa parte que incluía a Susy, porque según entendí, ya todo lo demás estaba dispuesto).

Y regresamos con: “Nadie a ti te conoce, desplantes de niña, peleas discusión y tu grande pasión, aunque huyas tu siempre sabrás tu y yo somos uno mismo…” Esa me la sé todita (quién no, es más,  leyeron las primeras tres palabras y ya la estaban cantando). Obvio, es un must de toda fiesta.  Y ante la invitación (insistente cabe señalar) de Susy, me puse a cantar.

No sé que le pasó a la pista del karaoke, que se me hizo eterna la canción. Cantaba la misma estrofa una y otra y otra y otra vez… Susy solo me hacía la seña de “síguele, síguele”. Sacaron una cámara y yo sentía que sudaba debajo del cuero cabelludo.  Tu y yo somos uno mismo.

Hasta puse en face, que si veían un video mío, no lo abrieran pues podía contener virus. Grande es mi pena, pero también mi poca vergüenza.

Sencillamente creo que el karaoke se complica ahora en tiempos de excesiva exposición virtual. Por el bien y futuro de la humanidad, ni en los bares ni karaokes deberían dejar usar los celulares más que para pura llamada. Dejarlos en la bolsa o en la barra como en salón de clases durante exámenes. Creo que hace más daño usarlos en un bar, que en el banco o en las gasolineras.

La noche terminó con Bohemian Rapsody interpretada por una amiga de Oli (del club de fans de Susy que había llegado más tarde). Me la presentó como una persona de humor sarcástico, parecido al mío (pero ¿cuál? si mi humor no es así, lo considero más bien de corte simplón), y cuando la escuché pedir la canción, vi que lo de sarcástico iba en serio. No se andaba con medias tintas, aunque bueno, de las cuatro voces, cantó solo dos. Después dijo que pensó que más gente se le uniría (como canción conclusiva y final, en un derroche de voces todas animadas por el alcohol y la fiesta), pues es una canción que se canta en grupos y me sentí un poco culpable por dejarla en ese embrollo. Aunque si le sirve de consuelo, en el baño el sonido se escuchaba más nítido, mejor ecualizado; bastante mejor que en el bar, que es justamente dónde estaba cuando la escuché cantar “no escape from reality…”(¡oh! justo en la taza de la ironía).

Entonces ya, let’s call it a night. Un cigarro, las impresiones finales del concierto semi-unplugged y el lugar se apagó; cada quien para su casa.

Susy, abrió el cofre de su carro, conectó el jumper a la batería con su debido caimán y dio marcha. El carro se quejó con chillidos metálicos, Susy dejó caer el cofre y mientras se despedía en el estéreo resonó “Todo sería diferente si tu me… ¡si tu me pinches quisieras!

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