Día de muertos “Al dente”.

La verdad no soy afecta a poner altar de muertos, sin embargo, admiro mucho a quien lo hace. Soy más de la idea de hacer libaciones, si a ritos paganos nos llevamos.

Brindo primero por el Dios al que profeso, que lamento informarles que no es Thor (tengo mi parte cursi y espiritual, aunque no lo crean), luego por la memoria de mis antepasados queridos, y de mis antepasados que solo fueron antepasados. Y doy gracias por la fortuna de coincidir (o no, que eso también se agradece) con ellos y ellas.

Esas son mis ideas: si están aquí, que convivan, (incluso puedo tener hasta botanita) si no, se les recuerda. No forzamos a nadie.

Parte de esto, tiene que ver con mis muy escasas habilidades de anfitriona socialité de lo sobrenatural: no cocino bien (y mis abuelas eran muy exigentes con los sabores), el pan me lo como, la bebida me la tomo, las fotos siempre están, las velas se me olvidan y/o juego con la cera, y los olores me dan alergia.  Además, y también, porque soy terriblemente miedosa. En lo personal preferiría no tener espíritus correteando por mi casa ningún día, menos cuando pueden traer hasta invitados. Si no propios, menos ajenos. Gracias.

Dicho esto, compré unos Cheetos finos, clásicos y unas cervezas selectas no artesanales, me senté a escuchar música en la terraza, y a petición de una amiga, encendí una vela. ¡Salud y gracias!

Empezó a hacer un aire, que me imaginé era una borrachera de espíritus enfiestados, peleando por terrenitos de la tía, llorando reclamando al marido que ya se volvió a casar (y todo el chisme que eso conlleve), cayéndose, cantando, levantando polvo, azotándose contra las puertas y así. La luz iba y venía, que parecía discoteca. Quedó eso en mi imaginación y muy decentemente me metí con mi fiesta personal a leer, hasta que la lamparita se quedara sin pila.

Obvio, no dormí ni tantito. Hasta que, como hechizo, hasta que salió el sol, todo se calmó. Y entonces me dormí una horita o dos.

Al día siguiente, como fiesta patronal o familiar normal. Los muertitos estaban crudos yo creo, pues sí hubo aire, pero nada excepcional. Se calmó todo temprano porque se tenían que tenían que agarrar carretera de regreso (vivos y muertos).

Sin embargo, en la noche en la duermevela, sentí algo junto a mi cama.  No lo vi persé, pero lo vi, sé cómo era… Muy raro, ya saben cómo esto. Una cabeza de caballo, parecía falsa, como una máscara, y usaba un camisón blanco o de un verde menta muy tenue, con florecitas, como batita. Estaba escondido entre las cortinas, sin hacer ruido, no se movía, ni nada. Solo ahí parado, cómo si esperara el momento justo para causar una impresión.

¡Y lo logró! ¡Pinche sustazo! Me quedé ahí, buscando en la memoria qué sería eso que vi. Si había sido algo que hubiera visto en el día, algo que me hubiera impresionado o algún dibujo que quedara grabado en la mente. Y no. Nada.

Cuando me llegó de golpe, como en un susurro, “¡Puta madre, La Llorona!”. Hay historias que dicen que justamente tiene cara de caballo. Y dije para mis adentros “ni madre, aquí no están tus hijos. A chingar a su madre a otro lado”.

Me paré a prender la luz corriendo (como la gallinita meme de “la Sangre de Cristo tiene poder”). Sin embargo, había algo raro. Me había asustado, sí, pero no tenía miedo. Nada. Ni poquito. Y para como soy yo, ya era como para que estuviera sudando frio con el corazón a mil.

La noche estaba en calma, los perros, dormidos, los grillos cantando, y el ambiente tranquilo. Nada de pelos erizados ni nada.

En ese momento, me pude acomodar y dormir muy tranquila, como si de una broma hubiera sido (ni cuando tengo pesadillas me vuelvo a dormir tan ecuánime). Solo lo que me inquietaba era que la cabeza de caballo pareciera de plástico, falsa.

Entonces, ¿qué pasó? Hasta después que le conté a mamá me cayó el veinte. Mi abuela. Graciela. Qué cabrona ¿Quién más?

Tenía el gusto tétrico de espantarnos toda la vida, se escondía detrás de las cortinas, se disfrazaba, nos contaba historias de brujas y de un hueso que se atoraba en la garganta. Una vez, que los nietos estábamos preocupados porque, si se moría, de seguro iba a venir a espantarnos, mi abuela solo dijo “no lo duden, las posibilidades son infinitas”.

¿Saben? Ahora que lo pienso, espero que haya sido ella.

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