Protejamos a “Las Verónicas” de Coelho

ya fuera de broma, lo considero un libro tristemente peligroso. Pues bastante mal puede ocasionarle a alguien que considera su vida gris, monótona y que haya considerado matarse, curándola con “un poco de amor por la vida”, porque en realidad tiene “vitrolo” (si no se llama así, no importa porque no voy a abrir de nuevo ese libro para comprobarlo). Solo va a ocasionar más frustración.

Leí Verónica decide morir por razones meramente de integración; o sea estoy en un club literario y ese es el que salió en la tómbola.

Ok, le hicieron una película. Ok, lo encontré en físico. Ok, tiene letras grandes y en teoría puede ayudar a recuperar ritmo de lectura que reconozco he perdido (como el dejar de ir al gimnasio).

Me serví un trago coqueto para entrarle con ganas y pelearme a gusto con el autor (así dice una amiga) durante toda la lectura.

Y quedé gratamente sorprendida del soberano y monumental dechado de porquería que me aventé en dos días, (que solo terminé por el compromiso adquirido). Lo único rescatable de ahí es, aparte de los márgenes en blanco y la calidad de la portada y contraportada que están gruesecitas y aguantadoras, sin dejar de lado la titánica labor de poner tanta caca junta y que parezca un libro, es la idea que flota por ahí de que no dejes que tus padres, con sus ideas precontruidas del mundo, te corten las ilusiones de hacer lo que quieras o para lo que has sido creado, tu destino o pónganle como quieran.

Es como encontrar un billete de veinte pesos, en una bolsa gigante de Sabritones (o en un Paquetaxo amarillo en una peda). Es solo la sorpresa de “¡Ah mira!” porque no alcanza ni para los cigarros, ni para otra bolsa de papas, mucho menos para un six (pero lo guardas por ahí para la coopera).

Sin embargo, ya fuera de broma, lo considero un libro tristemente peligroso. Pues bastante mal puede ocasionarle a alguien que considera su vida gris, monótona y que haya considerado matarse, curándola con “un poco de amor por la vida”, porque en realidad tiene “vitrolo” (si no se llama así, no importa porque no voy a abrir de nuevo ese libro para comprobarlo). Solo va a ocasionar más frustración.

Puede ser, (doy el beneficio de la duda), de que alguien que se haya sentido perdido o un poco ofuscado del mundo y la vida, lo haya leído y dijera “¡Wow! Cuanta razón tienen estos loquitos, hay que vivir la vida al máximo, sin pensar en el qué dirán”, y de ahí en adelante se haya dado a la tarea de dejar todo, vivir en una combi ultra customizada y hacer deportes extremos con una gopro anclada al pecho, mientras se tira con su perro del paracaídas. Puede ser.

Pero el grueso de la población solo suspira, asiente y lo deja en su librero, o lo que es peor: Lo recomienda y lo presta. O peor aún: lo cita en sus estados de Facebook.

He escuchado de gente que cuenta de personas que se enamoraron de la lectura gracias a un libro de Coelho y que a partir de ahí se siguieron como hilo de media leyendo cuantas letras se les pusieran en frente, pero son personas excepcionales, posiblemente extraterrestres. O leyendas urbanas (auspiciadas por el mismo autor, seguramente).

Pero volviendo al libro de Veronica decide morir, que ganas de subestimar y romantizar los trastornos mentales. Una persona que considera el suicidio (aunque sea por hastío) requiere mucho más que un “ánimo, tú puedes, recuerda que la vida es bella y vale la pena vivirla”. Una persona que se retrae hasta la catatonia, no se cura con el chispazo de amor al ver los ojos maravillosos de otro ser (emoji de fase palm). Requiere más que poner “frases motivacionales” en imágenes de Google search, y colocarlas como espectaculares por todo el libro.

Eso hace este señor, hace un compendio de frases prehechas y hace un libro alrededor de estas para que parezca él un sabio. El descubridor del vitrolo, gurú y humilde servidor a la humanidad. Es un megalómano, un narcisista. Incluso el segundo capítulo habla de él ¡De ÉL!… y un poquito de otra amiga Verónica de la que tiene la delicadeza de aclarar que es su amiga y que no es la protagonista, y que no vuelve a salir en el libro.

Ese segundo capítulo es uno que no aporta nada a la historia (en serio nada) y que no debió estar ahí. Esa “inserción” innecesaria es una justificación de lo más espantosa de porqué se animó a escribir de eso: que él estuvo en un manicomio. Voila! Una vez más: él. “Vanidad, definitivamente, mi pecado favorito” como dice John Milton en el Abogado del Diablo. Leyendo el libro es más que evidente que el señor jamás pisó un manicomio, o un psiquiátrico, si acaso le concedo que se haya hospedado una semana en un centro holístico para curar el estrés, si acaso.

¿Es usted un Psicopata? de Jon Ronson, Leonora Elena Poniatowsca (librazo), Biografía del hambre o Cosmética del enemigo, ambos de Amelie Nothomb, tienen muchos mejores matices de la locura. Triste Domingo de Ricardo Garibay, La gente feliz lee y toma café de Agnès Martin-Lugand, Maldito Karma de David Safier, Quien fuera Dios de Tibor Fisher, incluso el terrible libro Serotonina de Michel Houellebecq (que ya hice mi reflexión acerca de ese libro), tienen un mejor acercamiento al hastío y la monotonía.

Si ya lo leyeron (o a pesar de todo, lo quieren leer) y se sienten identificados de alguna manera con la protagonista o alguno de los personajes, acudan con un profesional; un psicólogo, un terapeuta calificado, y no con un “doctor” que usa a sus pacientes de conejillos de indias para un estudio inyectándoles no sé qué medicamento (si dice, pero una vez más, no vuelvo a abrir ese libro) para que parezca que están sufriendo ataques cardiacos. Muy profesional y ético.

Aparte de sus sueños de importancia de que va a ganar un Nobel con esa tesis, Santo Padre.

En verdad, alguien tiene que defender y proteger a todas las “Verónicas” de este señor Coelho. Por favor.

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