No creo que lo sepan, ni que lo hayan imaginado siquiera. Muchos (por no decir la gran mayoría) la vieron pasearse muy de rosa, entaconada con plumas, por la Plaza Colosio y la explanada del Malecón. Sin embargo, no supieron lo muy emocionada que estaba, ni todo el tiempo que invirtió para esa aparición y para ese recorrido (al igual que la mayoría de los artistas). Después de tantos años de sequía (sus palabras); sin carnaval ni nada por el estilo, por fin venía un rayito de luz. Desde que se habló del Festival Cervantino, regresó a los tacones, para acostumbrarse de nuevo. La vi en su estética (para mis mechas rosas ahora ya desvanecidas) hace como tres semanas y ahí me mostró que había empezado a trabajar en su vestido y en el tocado que usaría en el Festival. Los primeros dos días del Cervantino, se paseó por el Malecón con dos tipos de maquillajes distintos, para ver cuál le favorecía más, con la luz del lugar. Me pidió le tomara fotos para analizar ese punto.
Todo con antelación para el performance que iba a realizar el sábado: Transformarse, en vivo, de Guillermo Salazar, en Guille, La Eterna Princesa. Nada fue improvisado, todo fue planeado. El sábado 10 de octubre, Guillermo empezó su transformación dentro del museo, sin más espejo que el de mano que traía, preparó todo mientras se organizaban para la inauguración de la exposición pictórica. Por asuntos de logística, luz, e imprevistos, muchos creyeron que el “en vivo” en realidad era un “in situ”; algo así como “pues en algún lugar se tiene que arreglar” y pensaron que era algo improvisado. La miraban con estupor, como cuando uno entra familiarmente al cuarto de la tía, y la cachan arreglándose. ¿Miramos? ¿Interrumpimos? ¿Nos seguimos de largo?... ¿Se puede pasar? Siguió mientras dieron por inaugurado el lugar y la gente entraba para ver los cuadros. Ahí estaban también…